jueves, 10 de julio de 2008

Mefistófeles me despierta lamiéndome la cara. Los gatos rara vez tienen este tipo de gestos con sus amos, a diferencia de los perros, que siempre intentan lamerte, no obstante Mefistófeles no es un gato cualquiera.
A veces pienso que el nombre no puede ser más acertado, porque ni siquiera parece un gato, sino que un ser dotado de razón. Para que eso sea efectivo tendría que ser un demonio transmutado en felino, pero Mefistófeles no es demoniaco, si no solo gatuno -Esto se contradice- y cariñoso.

Aún medio dormido, le doy comida y me meto a la ducha. Aquí vamos de nuevo, empieza el día.

No me he dado cuenta de que son las dos y media de la madrugada y Mefistófeles me engañó para un pequeño refrigerio nocturno. No es la primera vez que lo hace. El escritor si se da cuenta, pero aunque sea yo mismo no me dejaré percatarme de la hora hasta después de estar vestido. Supongo que necesito canalizar parte de mi crueldad y el blanco que tengo más cerca soy yo mismo.

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