Me levanto, siempre me levanto.
Camino desnudo sobre el piso de madera. Esta es la parte fácil. Abro la puerta de la cocina. Ahí están. Dudo un segundo frente a su presencia amenazadora. Irradian algo, algo horrible. Frente a ellas tomo conciencia de mi vulnerabilidad. ¡Basta, porqué tienen que ser así!
Pongo mi pie descalzo sobre la primera baldosa. Ahora el otro. Uno de estos días, para variar, intentaré avanzar con el mismo pie, así quizás rompa la rutina de alternarlos para caminar.
Cuando uno enfrenta un problema siempre parece más terrible que cuando empieza a solucionarse. Obvio, aunque no tanto, porque uno siempre lo olvida cuando las dificultades aún no se aclaran un poco. Me gusta el cielo gris, incluso más que la noche. Supongo que es por lo mismo. ¿Será mediocridad? Los medios sirven para suavizar la vida. Si no fuera por ellos, viviríamos entre diferencias demasiado radicales que convertirían nuestra existencia en algo demasiado tortuoso. ¿Es mediocridad el amanecer que ya no es noche, pero tampoco es día? Yo diría que es suave.
En fin, volviendo a nuestro tema, prendo el calefón y enfilo al baño. Ducharme, amo ducharme, no puedo empezar el día si no lo hago. Supongo que por eso puedo soportar la tortura de las baldosas, necesito ducharme cada mañana. Una vez le comenté a Rita acerca de mi odisea diaria frente al piso de mi cocina. A la semana siguiente me regaló unas pantuflas. Las mujeres no entienden nada. No comprenden que si uno no usa pantuflas de mutuo propio, jamás las usará, no importa cuantos pares le regalen a uno.
- No importa que digas que es bueno para mí, si yo no lo creo, no lo será.
Como era de esperarse, lo tomó como algo personal.
El baño se llena de vapor. Me gusta el agua bien caliente, como si además de quitarme el sueño, tuviera que quitarme la piel. Soy serpiente.
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