Cierro el libro y lo dejo junto con los otros. Desde que dejé de trabajar en el periódico –No, no soy periodista, ya dije que soy un charlatán. Además me dedicaba, fundamentalmente, a sacar fotografías- tengo mucho tiempo libre. Quizás demasiado. Probablemente de ahí mi neurosis y esta novela.
Es una torre de arquitectura rarísima. También su colorido es, por lo menos, extravagante. Mis antiguos compañeros de trabajo jamás entendieron para qué leía tanto, sobretodo considerando que yo rara vez escribía algo para el periódico. Yo no creo que sea tanto, pero tampoco entiendo para qué leo. Supongo que porque me gusta.
Hace un tiempo conversé en una galería con una mujer respecto a la lectura. Ella quería conversar, yo no. Las mujeres, especialmente las que van a las galerías de arte, no se resisten a que uno no quiera conversar si ellas así lo desean, por lo que son muy insistentes, al menos hasta que uno preste cierto interés. Es curioso, porque cuando yo tengo interés por alguien, cosa que no es muy a menudo, también me entran muchísimas ganas de hablar, pero resulta que entonces todos están demasiado serios o displicentes. Supongo que la mejor manera de encontrar una buena conversación es cerrando la boca. El problema es que cuando la encuentras ¿cómo la atrapas para que no se escape, si al pronunciar palabra, y por ende interés, la gente escapa como pájaros asustados? Puede que mi voz sea más desagradable de lo que pienso. Nota mental: gravarme y escuchar mi voz.
La cosa es que conversé con esa mujer. Lamentablemente, y aunque estaba, sin saberlo, usando la técnica de cerrar la boca, ella no era una buena conversación. Es más, me pareció horrible, y eso que le había encontrado atractiva al verla (sin hablarle) se esfumó completamente.
- Que hermosa composición ¿no crees? ¡Mira la yuxtaposición de los colores! Es como....es como si se hubiera encerrado a alguien ahí, y la tela, a través de óleo, mostrara la sangre y el dolor en el canto del prisionero.
El cuadro era una mancha, a mi juicio horrendamente aburrido, sobre una mezcla de colores que ni siquiera me reportaban placer visual. Lo único que dije fue:
- Sí, fantástico.
Grave error. Una buena manera de eludir malas conversaciones es también cerrar la boca.
-Yo leo por que así... bla bla bla...
¿Esta tipa no se cansa?
- bla bla bla... entonces Poe... bla bla...y Rimbaud, y José Antonio Villarreal...y bla bla bla...
- Perdona si bostezo. He tenido mucho trabajo últimamente.
- No te preocupes...y a todo esto ¿En qué trabajas?
Atrapado. Miro el café. ¿Qué estoy haciendo en este lugar?. La mujer no se despegó de mi desde la galería. Me dijo que nos tomáramos un café, y yo acepté, pensando que, al igual que con Rita, esta mujer y yo terminaríamos discutiendo y por ende, yo librándome de ella.
- Este...veras, es...
- ¡No! ¡No me lo digas! Déjame adivinar... estabas en una galería de arte, así que estás vinculado con ella, o al menos con las humanidades...supongamos que eres artista...
Que ganas de salir corriendo. Prendo un cigarro. Genial, lo que faltaba, ella también fuma, así que tendré que darle uno. Fuego. Ella no abandona su monologo sobre mi. Perfectamente podría ella terminar mi novela, aunque seguramente el personaje-escritor sería totalmente distinto a mi. Me mira buscando algo en mi rostro.
-... No, no pareces pintor... a ver a ver... hablamos de libros.
Mentira. Ella habló.
-... Pero tampoco pareces escritor.
Me pregunto como se verá uno. Quizás deba intentar asemejarme a ellos para poder mejorar el nivel de mi novela. Al menos mi desagradable compañera acierta en un par de cosas: No soy escritor (aunque debería verme como uno)
-... ¡Ya sé! ¡Eres músico! ¿Verdad que eres músico?
Basta. Me despido diciendo que de hecho tengo que ir a un ensayo con mi banda. Me pide mi teléfono y me dice que cuando tenga alguna presentación la invite. Yo le digo que claro, que será mi invitada de honor, y le doy el teléfono de Rita. Una pequeña broma para sacudirme el aburrimiento. Por otro lado, mi amiga sabrá deshacerse de ella mejor que yo.
Cuando llego a casa voy al baño y me miro al espejo. Suelo mirarme en el únicamente por dos motivos: El primero es practico y es cuando me afeito. El segundo es algo más extravagante y responde a que a veces me asalta la necesidad de saber si sigo siendo yo mismo. Nunca se sabe. Esta vez acudo por una tercera razón: no podré saber como se ve un pintor o un escritor, pero si conoceré, con certeza, como se ve un músico que piensa demasiado.
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