Cresta. El piso está completamente mojado. La ventana se golpea, como si quisiera hablarme de la soledad de la casa… de la soledad y la necesidad urgente de ser cerrada, porque la lluvia es demasiado intensa. Me levanto aún algo aturdido. Ya está. Son las 11 pm.
La tetera comienza a silbar. Abro el tarro de café y muelo los terrones. La humedad de este lugar hace lo mismo con el azúcar. Me siento solo y comienzo a dudar de las ventajas de este viaje. Lo único bueno es que he escrito mucho sobre mi, osea… ya… se entiende. Sino, mala suerte, no tengo ganas de pensar... más. No quiero más jueguitos de “él está allá y yo sé que está porque soy yo, entonces yo no soy él, porque soy el escritor, y yo…” etc, etc... No tengo ánimos de explicar nada, aunque el editor me lo exigirá, estoy seguro. “deberás ahondar en el carácter despersonalizado del personaje” me dirá, escondido detrás de sus gafas. Sí, lo imagino con gafas.
¿Cómo le estará hiendo a Claus con la mudanza? ¿Y a Nina con su trabajo? ¿Se acordará de mi tanto como yo la recuerdo a ella? Seguro que no, porque está ocupada. Nina es más hombre que yo en ese sentido. Si se focaliza, parece un caballo de carrera.
¿Mefistófeles habrá vuelta a casa?
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