El pueblo donde esta mi casa, herencia de mis abuelos maternos, es un conjunto de casas pequeñas y de muchos colores. Lo policromático del barrio parece estar en guerra contra un cielo gris que arremete contra oxidados techos de zinc sin compasión.
Las casas de este sector permanecen la mayor parte del tiempo solas. Cuando era pequeño, imaginaba que eran las casas mismas las que se encargaban de hacer las rusticas mejoras del sector. Las veía reuniéndose y plantando árboles, o alisando el camino de tierra después de una tormenta como esta. Las imaginaba construyendo la escalera que baja a la playa, o adornando con flores silvestres, metódicamente dispuestas, el mirador natural que surgía de una vuelta en el camino.
Eran rechonchas mujeres de piedra con delantales de colores, echando humo no por cocinas encendidas sino debido al esfuerzo que les significaba remover sus cimientos. Mucho tiempo mi mente infantil pensó que esas moles vacías estarían dispuestas a moverse y embellecer esa parte del balneario, a fin de cautivar a sus habitantes y no estar condenadas al olvido.
1 comentario:
ya poooh! quiero leerte!
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