lunes, 7 de julio de 2008

La puerta se abre. Bajo del autobús. La noche parece más oscura de lo normal. La gente camina como si huyera de algo. Caminan agazapados, como si llevaran cosas de valor. No sé porque, pero me siento ridículo. No hay vereda. Piso una posa de agua. Metí la pata hasta el fondo. Un pie está seco, pero el mojado demanda mi atención. Es un pie egoísta, porque a mi me gustaría pensar en mi otra extremidad (para sentirme seco, y no mojado).

Llego a un lugar iluminado por luces de comercio. Es una luz fría. Quiere dar la sensación de limpieza, pero la iluminación es tan blanca, que lo único que hace es resaltar la suciedad del entorno. El barro genera un contraste grotesco con estas luces equidistantes entre lo angelical y médico. Camino por el estacionamiento, y entro en una tabaquería. No quiero comprar cigarros.

-Buenas noches
-¿Qué desea?
-¿Cómo está?
- …Bien ¿Qué desea?

La vendedora piensa que soy un tipo raro. Pago. Camino al paradero mientras me meto un dulce de menta en la boca. Lo inmovilizo con la lengua, fijándolo al paladar… ojala fuera igual de fácil con los pensamientos; cuando el dulce está fijo uno casi no siente su sabor en la boca.

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