jueves, 31 de julio de 2008

El pueblo donde esta mi casa, herencia de mis abuelos maternos, es un conjunto de casas pequeñas y de muchos colores. Lo policromático del barrio parece estar en guerra contra un cielo gris que arremete contra oxidados techos de zinc sin compasión.

Las casas de este sector permanecen la mayor parte del tiempo solas. Cuando era pequeño, imaginaba que eran las casas mismas las que se encargaban de hacer las rusticas mejoras del sector. Las veía reuniéndose y plantando árboles, o alisando el camino de tierra después de una tormenta como esta. Las imaginaba construyendo la escalera que baja a la playa, o adornando con flores silvestres, metódicamente dispuestas, el mirador natural que surgía de una vuelta en el camino.

Eran rechonchas mujeres de piedra con delantales de colores, echando humo no por cocinas encendidas sino debido al esfuerzo que les significaba remover sus cimientos. Mucho tiempo mi mente infantil pensó que esas moles vacías estarían dispuestas a moverse y embellecer esa parte del balneario, a fin de cautivar a sus habitantes y no estar condenadas al olvido.

Cojo un paraguas. Me detengo. La inmovilidad me hace cambiar de opinión y dejo el paraguas. El silencio de la casa en contrapunto con el estrépito de la tormenta me aclara que estoy cometiendo un error al salir solo con mi impermeable negro. Siempre he sido un tipo obstinado.

Abro la puerta, enciendo un cigarro y salgo de la casa. Fumar con lluvia tiene toda una técnica. No hay nada peor que el tabaco mojado.

Las nubes.

-“No escupas al cielo Juan José, puede caerte en la cara.”

Debería haber escuchado a Rita cuando me lo advirtió.

Anoche la tormenta fue intensa y hoy no da señales de aminorar. Estoy deprimido. A pesar de la marcada predilección que tengo por la lluvia en relación al sol, me decepciona no tener que quejarme contra un sol abrasante. Supongo que se debe a que uno siempre quiero algo distinto, algo más. ¿Quién puede culparme por eso?

martes, 29 de julio de 2008

Cresta. El piso está completamente mojado. La ventana se golpea, como si quisiera hablarme de la soledad de la casa… de la soledad y la necesidad urgente de ser cerrada, porque la lluvia es demasiado intensa. Me levanto aún algo aturdido. Ya está. Son las 11 pm.

La tetera comienza a silbar. Abro el tarro de café y muelo los terrones. La humedad de este lugar hace lo mismo con el azúcar. Me siento solo y comienzo a dudar de las ventajas de este viaje. Lo único bueno es que he escrito mucho sobre mi, osea… ya… se entiende. Sino, mala suerte, no tengo ganas de pensar... más. No quiero más jueguitos de “él está allá y yo sé que está porque soy yo, entonces yo no soy él, porque soy el escritor, y yo…” etc, etc... No tengo ánimos de explicar nada, aunque el editor me lo exigirá, estoy seguro. “deberás ahondar en el carácter despersonalizado del personaje” me dirá, escondido detrás de sus gafas. Sí, lo imagino con gafas.

¿Cómo le estará hiendo a Claus con la mudanza? ¿Y a Nina con su trabajo? ¿Se acordará de mi tanto como yo la recuerdo a ella? Seguro que no, porque está ocupada. Nina es más hombre que yo en ese sentido. Si se focaliza, parece un caballo de carrera.

¿Mefistófeles habrá vuelta a casa?

Sueño. Estoy seguro de eso, porque los lugares a los que accedo son totalmente incoherentes. ¿Por qué al abrir la puerta de la cocina llego a un hotel mexicano?

Que lastima que este sueño se pierda para siempre, ya que jamás podré transmitirlo a cabalidad. Tampoco haré el intento. Me gustaría poder extirparme mis visiones nocturnas e implantárselas a alguien en la cabeza. Me gustaría que alguien soportara todo lo siento cuando duermo. Que tenga las mismas ensoñaciones, vea los mismos matices. ¿Cómo sería para esa persona levantarse un día y haber soñado el sueño de otro? Sería algo así como que le hubieran puesto un marcapasos o un pulmón nuevo. Ese alguien se levantaría y caminaría sabiendo que el que durmió fue otro, que no ha descansado, que aún no sueña, porque de eso se encarga la parte de un desconocido dentro de él, un desconocido escondido en alguna parte el mundo, tumbado en una cama o ebrio en una esquina.

Bajo una escalera pero tengo la sensación de ir subiendo. Son sensaciones muy diferentes ¿Alguien lo había notado? Curiosamente yo siento más peso cuando bajo que cuando subo.

Me enfrento a un error en el plano del sueño. Como veo imágenes, a veces se generan incongruencias en cuanto a la dimensionalidad. Es una de las cosas que me gusta de soñar, la realidad de la imagen es menos implacable que cuando estoy lúcido. Además todo tiene una perspectiva más dinámica.

Me siento despersonalizado.

Hay un carnaval. Mafia. Dragones chinos de cabezas grandes, parecen cuncunas. Mi sueño se cierra sobre mi rostro y gira a mí alrededor. Bailo a mí alrededor, parece una ronda. Soy una especie de cámara. Llueve. Llueve.

lunes, 21 de julio de 2008

Claus se quedará en el departamento mientras yo me ausente. Dijo que hasta podía encargarse de recibir las cosas de la mudanza. Confío en él, y además es diseñador, así que sabrá hacer algo con mis muebles. Le di licencia para botar lo que quisiera. Espero que a mi regreso aún quede mobiliario.

-Deberías descansar, Juan José ¿Porqué no te vas de viaje?

Acepté su consejo y ahora estoy en un bus rumbo a mi casa en la playa. Partí sin despedirme de Mefistófeles porque el seguía enojado conmigo y aún no regresa. A veces me preocupa que ese gato sea tan temperamental, sobretodo porque dicen que las mascotas se parecen a sus dueños.

Abro las ventanas y barro un rato. Aunque no venía hace tiempo, la casa está más limpia de lo que esperaba. Imaginaba que me encontraría un sol radiante y un clima templado, pero el cielo está nublado y hace frío. Lloverá. Me tiendo un rato y me quedo dormido.

- ¿y? ¿Cómo va eso de la mudanza?

Rita es siempre tan animosa. Su actual yo me hace difícil recordar el tiempo en que me llamaba ebria diciendo que quería tirarse por la ventana.

- Bien, gracias.

He dormido dos días en el suelo. Le dejé mi cama a Mefistófeles como una pequeña compensación.

- ¡Al fin vivirás cerca del mundo!
- Me aterra la idea…
- No seas tan gruñón, Juan, piensa que así estarás más cerca mío.

Rita es de las pocas personas a las que quiero, pero por alguna extraña razón ahora la idea me parece aún más aterradora.
Después de escucharme hablar con el arrendatario por teléfono, Mefistófeles salio corriendo disparado por la habitación. Lo entiendo, yo también estaría molesto si es que tuviera que mudarme en contra de mi voluntad, pero ya está hecho. Voy a mi cuarto y abro el ropero de par en par. La ropa cae al piso. Casi puedo escuchar a Nina diciéndome “¡Porqué eres tan desordenado!” y a Claus riendo. Que cierto es eso de que uno siempre lleva a sus seres queridos con uno. Bajo la maleta negra y comienzo a empacar Al principio doblo todo, pero termino sentado sobre la maleta para que se cierre.
Claus se ve algo triste. Me meto la mano en el bolsillo y le ofrezco un cigarro. Lo acepta sin darse cuenta. Tiene el ceño fruncido –un gusto compartido- y permanece en silencio pensando. No está enojado, solo no entiende.

- Porqué… porqué, si éramos eternos.

El problema es que todos lo éramos. No le digo nada ¿Qué podrías decirle? Yo también he amado. Piensa. Veo como lo atormentan los recuerdos. Llora y se siente

Solo


¿Solo?









Solo







No importa que yo esté aquí. De todos modos me quedo con él, aunque no sirva de nada para combatir su angustia. La verdad casi podría considerarse una descortesía el que uno intenta hacerle compañía a alguien y ese alguien esté tan ensimismado como para ignorarte con tal de seguir en su soledad. Sea como sea, se lo perdono, porque es mi mejor amigo. Por otro lado, somos dos soledades que se acompañan.

Me pregunto porqué no había querido incluir a Nina antes en la novela. Ahora corresponde que yo haga una breve descripción para que los lectores puedan hacerse una idea de este personaje, pero la verdad es que yo mismo dudo comprenderla del todo. No es que sea una extraña, la verdad es que llevamos años juntos, pero jamás deja de sorprenderme. Supongo que no haré la descripción y dejaré que el libro gaste su tinta, en vez de gastar yo mi saliva... o sea… bueno, se entiende.

La cuestión es que no logro comprender porqué no la había incluido antes. Supongo que era por miedo a que esto terminara convirtiéndose en una novelilla romántica. Absurdo, Nina no tiene nada de romántica –Yo tampoco- así que si eso ocurría habría sido culpa mía y no de ella. Uno siempre busca culpables para sus errores, supongo que porque es difícil asumir que uno muchas veces es un gran idiota. De cualquier modo, aunque Nina no haya aparecido en mi novela, la amo igual, la he amado siempre.
Nina no esperaba verme hoy. Me besa. Un segundo de inmortalidad, un segundo de deseo, un segundo de… me suelta. Un segundo de felicidad, y yo quisiera que fueran siglos, pero entiendo, porque ambos somos demasiado pudorosos.

- Pensé que hoy estarías ocupado.
- Toma

Le entrego la cámara. Nina está contenta, pero no me presta demasiada atención. Quizás yo también debería trabajar, así podría dejar de pensar en ella un segundo.

Sus compañeros me miran extrañados. Tampoco esperaban verme.

-¿Dulces?

Siempre es bueno tener un as bajo la manga para desviar la atención de los curiosos. Nina sigue dirigiendo su proyecto audiovisual.
Me levanto, siempre me levanto.
Camino desnudo sobre el piso de madera. Esta es la parte fácil. Abro la puerta de la cocina. Ahí están. Dudo un segundo frente a su presencia amenazadora. Irradian algo, algo horrible. Frente a ellas tomo conciencia de mi vulnerabilidad. ¡Basta, porqué tienen que ser así!

Pongo mi pie descalzo sobre la primera baldosa. Ahora el otro. Uno de estos días, para variar, intentaré avanzar con el mismo pie, así quizás rompa la rutina de alternarlos para caminar.

Cuando uno enfrenta un problema siempre parece más terrible que cuando empieza a solucionarse. Obvio, aunque no tanto, porque uno siempre lo olvida cuando las dificultades aún no se aclaran un poco. Me gusta el cielo gris, incluso más que la noche. Supongo que es por lo mismo. ¿Será mediocridad? Los medios sirven para suavizar la vida. Si no fuera por ellos, viviríamos entre diferencias demasiado radicales que convertirían nuestra existencia en algo demasiado tortuoso. ¿Es mediocridad el amanecer que ya no es noche, pero tampoco es día? Yo diría que es suave.

En fin, volviendo a nuestro tema, prendo el calefón y enfilo al baño. Ducharme, amo ducharme, no puedo empezar el día si no lo hago. Supongo que por eso puedo soportar la tortura de las baldosas, necesito ducharme cada mañana. Una vez le comenté a Rita acerca de mi odisea diaria frente al piso de mi cocina. A la semana siguiente me regaló unas pantuflas. Las mujeres no entienden nada. No comprenden que si uno no usa pantuflas de mutuo propio, jamás las usará, no importa cuantos pares le regalen a uno.

- No importa que digas que es bueno para mí, si yo no lo creo, no lo será.

Como era de esperarse, lo tomó como algo personal.

El baño se llena de vapor. Me gusta el agua bien caliente, como si además de quitarme el sueño, tuviera que quitarme la piel. Soy serpiente.

sábado, 12 de julio de 2008

Suavemente, acariciando ese blanco impasible. Recto, despacio... despacio... El roce empieza a convertirse en un rasguño. Un trazo largo. Giro. Líneas que hablan de un horizonte tan inmenso, tan eterno, que no vale la pena intentar llenarlo. Siempre empiezo por lo protagónico, porque el desafío real se esconde en ese punto de fuga invisible, en ese lugar tan lejano, que el alma descansa cuando la mirada quiere alcanzarlo. El fondo podría comerse todas las montañas y océanos del mundo y seguiría ávido de carbón y tinta, hambriento, inclemente. Insisto, no vale la pena intentar aplacar una codicia de imágenes, paisajes y realidad tan grande como esa.

Una danza breve. Un ángulo recto. Se escapan puntas y redondeces. Cabello, fino como el murmullo de un río, y detallado como la corteza de un árbol. Es una mujer, siempre es una mujer.

Suelo ser muy meticuloso para dibujar. Lo hago para completar la realidad, para escapar del tiempo. Las imágenes, mis dibujos, quedan encapsulados es como si una pequeña parte mía se negara a envejecer.

Hace tiempo que no tomaba un lápiz y realizaba un par de trazos. Ya no soy tan paciente ni ambicioso como antes, y el papel se queja de la falta de practica. En la hoja, los borrones parecen golpes violáceos que evidencian la batalla librada para arrancar las figuras desde mi cabeza, ahora acunadas en una croquera perezosa.

- Será para Nina

Mefistófeles me mira desde la cama. Casi puedo escuchar sus pensamientos: "hablas solo de nuevo". Contesto telepáticamente y vuelve a acostarse. Me cuesta trabajo llevarme bien con la gente. Cuando realmente quiero hacerlo, Dios sabe que me cuesta, y eso que no soy creyente, pero al menos con él -Mefistófeles, no Dios- hemos logrado una comunicación optima y sensata. Con él y con Nina.

jueves, 10 de julio de 2008

- ¿Te gustaría vivir aquí, Mefistófeles?

Le muestro el anuncio en el periódico. Debido a que no tengo trabajo tengo que moverme rápido, y si no me cambio de casa pronto no lo haré nunca. Mi gato observa atento, casi como si pudiera leer, las letras Times New Roman del aviso. ¿Quién sabe? Es probable, conociendo a Mefistófeles, que incluso sea mejor lector que yo. Me mira fijo.

- Vale vale...seguiré buscando.

Gato condenado. Es el tercer departamento que me rechaza.
Cierro el libro y lo dejo junto con los otros. Desde que dejé de trabajar en el periódico –No, no soy periodista, ya dije que soy un charlatán. Además me dedicaba, fundamentalmente, a sacar fotografías- tengo mucho tiempo libre. Quizás demasiado. Probablemente de ahí mi neurosis y esta novela.

Es una torre de arquitectura rarísima. También su colorido es, por lo menos, extravagante. Mis antiguos compañeros de trabajo jamás entendieron para qué leía tanto, sobretodo considerando que yo rara vez escribía algo para el periódico. Yo no creo que sea tanto, pero tampoco entiendo para qué leo. Supongo que porque me gusta.

Hace un tiempo conversé en una galería con una mujer respecto a la lectura. Ella quería conversar, yo no. Las mujeres, especialmente las que van a las galerías de arte, no se resisten a que uno no quiera conversar si ellas así lo desean, por lo que son muy insistentes, al menos hasta que uno preste cierto interés. Es curioso, porque cuando yo tengo interés por alguien, cosa que no es muy a menudo, también me entran muchísimas ganas de hablar, pero resulta que entonces todos están demasiado serios o displicentes. Supongo que la mejor manera de encontrar una buena conversación es cerrando la boca. El problema es que cuando la encuentras ¿cómo la atrapas para que no se escape, si al pronunciar palabra, y por ende interés, la gente escapa como pájaros asustados? Puede que mi voz sea más desagradable de lo que pienso. Nota mental: gravarme y escuchar mi voz.

La cosa es que conversé con esa mujer. Lamentablemente, y aunque estaba, sin saberlo, usando la técnica de cerrar la boca, ella no era una buena conversación. Es más, me pareció horrible, y eso que le había encontrado atractiva al verla (sin hablarle) se esfumó completamente.

- Que hermosa composición ¿no crees? ¡Mira la yuxtaposición de los colores! Es como....es como si se hubiera encerrado a alguien ahí, y la tela, a través de óleo, mostrara la sangre y el dolor en el canto del prisionero.

El cuadro era una mancha, a mi juicio horrendamente aburrido, sobre una mezcla de colores que ni siquiera me reportaban placer visual. Lo único que dije fue:

- Sí, fantástico.

Grave error. Una buena manera de eludir malas conversaciones es también cerrar la boca.

-Yo leo por que así... bla bla bla...

¿Esta tipa no se cansa?

- bla bla bla... entonces Poe... bla bla...y Rimbaud, y José Antonio Villarreal...y bla bla bla...
- Perdona si bostezo. He tenido mucho trabajo últimamente.
- No te preocupes...y a todo esto ¿En qué trabajas?

Atrapado. Miro el café. ¿Qué estoy haciendo en este lugar?. La mujer no se despegó de mi desde la galería. Me dijo que nos tomáramos un café, y yo acepté, pensando que, al igual que con Rita, esta mujer y yo terminaríamos discutiendo y por ende, yo librándome de ella.

- Este...veras, es...
- ¡No! ¡No me lo digas! Déjame adivinar... estabas en una galería de arte, así que estás vinculado con ella, o al menos con las humanidades...supongamos que eres artista...

Que ganas de salir corriendo. Prendo un cigarro. Genial, lo que faltaba, ella también fuma, así que tendré que darle uno. Fuego. Ella no abandona su monologo sobre mi. Perfectamente podría ella terminar mi novela, aunque seguramente el personaje-escritor sería totalmente distinto a mi. Me mira buscando algo en mi rostro.

-... No, no pareces pintor... a ver a ver... hablamos de libros.

Mentira. Ella habló.

-... Pero tampoco pareces escritor.

Me pregunto como se verá uno. Quizás deba intentar asemejarme a ellos para poder mejorar el nivel de mi novela. Al menos mi desagradable compañera acierta en un par de cosas: No soy escritor (aunque debería verme como uno)

-... ¡Ya sé! ¡Eres músico! ¿Verdad que eres músico?

Basta. Me despido diciendo que de hecho tengo que ir a un ensayo con mi banda. Me pide mi teléfono y me dice que cuando tenga alguna presentación la invite. Yo le digo que claro, que será mi invitada de honor, y le doy el teléfono de Rita. Una pequeña broma para sacudirme el aburrimiento. Por otro lado, mi amiga sabrá deshacerse de ella mejor que yo.

Cuando llego a casa voy al baño y me miro al espejo. Suelo mirarme en el únicamente por dos motivos: El primero es practico y es cuando me afeito. El segundo es algo más extravagante y responde a que a veces me asalta la necesidad de saber si sigo siendo yo mismo. Nunca se sabe. Esta vez acudo por una tercera razón: no podré saber como se ve un pintor o un escritor, pero si conoceré, con certeza, como se ve un músico que piensa demasiado.
Mefistófeles me despierta lamiéndome la cara. Los gatos rara vez tienen este tipo de gestos con sus amos, a diferencia de los perros, que siempre intentan lamerte, no obstante Mefistófeles no es un gato cualquiera.
A veces pienso que el nombre no puede ser más acertado, porque ni siquiera parece un gato, sino que un ser dotado de razón. Para que eso sea efectivo tendría que ser un demonio transmutado en felino, pero Mefistófeles no es demoniaco, si no solo gatuno -Esto se contradice- y cariñoso.

Aún medio dormido, le doy comida y me meto a la ducha. Aquí vamos de nuevo, empieza el día.

No me he dado cuenta de que son las dos y media de la madrugada y Mefistófeles me engañó para un pequeño refrigerio nocturno. No es la primera vez que lo hace. El escritor si se da cuenta, pero aunque sea yo mismo no me dejaré percatarme de la hora hasta después de estar vestido. Supongo que necesito canalizar parte de mi crueldad y el blanco que tengo más cerca soy yo mismo.
Salimos de la sala y Rita parece contenta. Eso siempre me preocupa, porque ello significa una de dos: que yo soy un grave y un amargado, incapaz de estar feliz porque sí (lo que haría mi existencia mucho más fácil) o que ella es una loca bipolar con severos trastornos de personalidad.

- Si quieres puedo mecanografiar tu novela. Al menos así sabré de qué se trata.
- Ya te dije que no se trata de nada, Rita.

El destino busca volver a la normalidad, no obstante ocurre algo inesperado. Rita me coge del brazo y me besa en la mejilla.

- No seas mentiroso, Juan. Siempre se trata de algo.
- Como tu digas.

Caminamos rumbo a mi casa. Le pasaré los manuscritos. Me cercioro mentalmente de que en la ruta no haya ningún café. No vaya a ser que le den ganas de entrar.
Le digo a Rita que mejor vayamos al cine. Ella parece consternada. Quizás sus cafés de la discordia conmigo son una pequeña rutina maniaca que le ordena la vida. Acepta, pero no sin levantar una última barrera de defensa contra el cambio en el programa.

- Bueno pero... ¿Qué podemos ir a ver? No hay nada muy interesante.
- Disculpe señor

Una mirada completamente limpia, completamente inocente. Inclino la cabeza y abandono mis pensamientos.

- ¿Qué pasa, linda?

No debe tener más d siete años. Su madre mira hacia a ella, pero la verdad es que me vigila a mi. Típico de un animal al asecho.

- Disculpe señor... ud no debería fumar.

Perplejidad. La madre ríe. ¿Habré puesto cara de idiota? La afirmación de la pequeña me descoloca.

- No debería fumar, porque está contaminando el aire.

A llegado la hora de interceder. El animal se acerca.

- Amalia, ven, no lo molestes.

La niña corre a donde su madre. Antes de irse me regala una sonrisa. Apago mi cigarro, al que le quedaba más de la mitad. Yo también sonrío. Hace tiempo que no lo hacía, al menos no tan espontáneamente. Esa niña en verdad es una ladrona profesional. Volteo y la miro otra vez. Está pegada a las faldas de su madre, a la que ya no le intereso. La niña me mira complacida porque apagué el cigarro. Es la primera persona que me da una buena razón para dejar de fumar.

miércoles, 9 de julio de 2008

Mathew MacLoren me hace sentir maravillado y estupido a la vez. Maravillado porque él es un tipo intelectualmente superior, y estupido por lo mismo. A penas puedo seguirle el paso cuando comienza a citar cosas o a explayarse en algo de manera exhaustiva. Jacques Lacan debe ser su vecino y seguramente toma té – Mathew, a diferencia de la mayoría de los intelectuales que beben café, prefiere las infusiones con bergamota- con Schopenhauer, de lo contrario no logro explicarme la familiaridad que guarda con sus conocimientos. Del alemán para allá. Yo solo hablo francés, y no me sirve de mucho porque aprendí para leer poesía y el lee filosofía. De cualquier modo nos llevamos bien, y hace poco descubrimos que podíamos reírnos sin tener que pensar.

- Te llamé porque quería verte
- ¿Así sin más?
- Así sin más.

Es mentira. Seguramente quiere dejar su conciencia tranquila sabiendo que estoy bien, por lo que ese "así sin más" si tiene un objetivo. Que cierto es eso de que ningún acto de habla es inocente. No me vengan con cuentos, nadie lo es. Sea como sea, algo dentro de él se preocupó por mi (o por el yo/él, mi parte mía en su interior) y supongo que de eso se trata la amistad.

Ambos sabemos que de cualquier modo se puede hacer bien poco por quien sea. Así que al principio ambos evadimos la razón de porqué juntarse (intentar que el otro esté bien, y por ende uno mismo) abulia pura si se mira desde afuera, refugio y tregua si es que estás adentro.

- ... En fin ¿Qué harás?
- No sé Mathew... Supongo que vivir.
- Igual de cobarde que todos los que estamos aquí...aunque al menos tú ahora lo elijes, no como cuando simplemente nacemos. Ahí nadie nos pregunta.

Mathew MacLoren es un defensor radical de los suicidas. Considera que, cuando no se trata de un suicidio infantil, el suicida alcanza un enorme grado de lucidez y valentía que le permite concretar sus actos. Postula que uno no se suicida porque tiene la estupida esperanza de que las cosas cambien para mejor. Dice que el suicida es el único que se da cuenta de la quimera del positivismo de forma plena y que por ende se auto-elimina. Él se declara cobarde. Yo creo el suicida no necesariamente tiene que matarse para tomar una opción frente a la vida. Es demasiado vanguardista para mi ¿El homenaje a la tradición es negarla?

Ambos hemos pensado en matarnos, pero ¿Qué pasaría si eso genera más conflictos de los que ya existen? No nos consideramos unas estrellas de rock, pero nuestra muerte si causaría un poco de desazón entre los cercanos, incluso podría motivar más suicidios, y nosotros no somos asesinos, somos suicidas. Ni eso. Supongo que nos gusta mirar el borde del barranco igual que como un niño enciende una cerilla imaginando que es una antorcha.

Mathew paga. Me había advertido que lo haría con antelación, así que no me sorprende. De cualquier modo yo no habría podido pagar, pero al menos habría fingido la insistencia de hacerlo. Si accedía –cosa que dudo- fingiría haber dejado el dinero en casa, y pedido disculpas por el caso. De cualquier modo el conoce mi secreto: sabe que no tengo dinero, así que paga a la brevedad. Sabe también que la próxima vez lo invitaré yo.
Suena el móvil.

- ¿Juan?

Callo. Es Mathew Macloren.

- Ya sé que es una pregunta estupida, perdona.

Mathew siempre entiende

-¿Tienes tiempo?
- Sí.
Claes Barbier me mira fijamente. Es un buen tipo. Sabe que no soy músico. Podríamos ser de esos amigos entrañables, de esos que son como hermanos, si es que él no fuera él y yo no fuera yo. Recita un monologo donde alguien dice que va a suicidarse. Pasa por una crisis. Yo fumo. Sigue mirándome fijamente. O yo renuncio a mi cigarro, o él a su monologo. Cede y me deja solo.
- ¡Hey!... ¿Tienes un cigarro?
- Sí.

Me habría gustado decir que no. Aunque me asalten, llegaron en un buen momento. Los dos tipos con pinta de delincuentes juveniles me sacaron de mis pensamientos sobre desertar de mi novela (osea, de la vida misma) Les debo un favor, asi que en vez de uno, les regalo dos cigarros.

- Para tu amigo.

Soy desgradablemente (ese es mi objetivo) cortez por regla general, no obstante ahora es por obligación. Trato de no mostrar mi miedo, aunque de verdad me intimidan. Una vez me dijieron que los animales lo huelen, supongo que de ahí mi afan por controlar mis ansias de correr. Evaluo las posibilidades de intercambiar golpes, pero las probavilidades de victoria son practicamente nulas. Mi fingida cortesía los sorprende –yo soy un mentiroso relativamente aceptable, a diferencia de las actuaciones de Rita- y se entabla el dialogo.

- ¿Tienes fuego?
- Claro
- ¿Qué tienes en esa maleta?
- Un Saxfone
- ¿Eres músico?

Se van. Seguramente pensaron que no tenían nada que robar a un pobre diablo como yo. Se equivocan, tenía un par de billetes en mi bolsillo, pero no soy tan amable como para advertirles.
Llega el autobús. Saludo al conductor. Él, al igual que la mujer de la tabaquería de hace unos días, también piensa que soy un tipo raro, pero está algo más acostumbrado: me ha visto antes.

El aire está viciado. La gente obesa de ropa y pan da la impresión de que el bus está lleno, aunque aún quedan asientos. Si bien objetivamente no es real, el hacinamiento de carnes y vapores me hace sentir como si esa gente anónima –al igual que yo- estuviera encima de mi. Me pesan. Pareciera que el rugir del motor no fuera otra cosa que los pensamientos de todos ellos. Me confunden. Lo escucho todo, pero no entiendo nada. Me pregunto si ellos escuchan mis cavilaciones. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Alguien me escucha? ¿Alguien oye estas preguntas?

lunes, 7 de julio de 2008

…Después del bip. Biip.

- ¿Juan José?

Rita no cuelga. Llama para pedirme perdón, pero termina culpándome por todo. Yo soy un insensible, no la entiendo. Dice que solo quiere ayudarme, pero que yo insisto en ser hostil con ella. Cuelga enojada de nuevo. La lucecita roja de la contestadora comienza a pestañar. Me incorporo del sillón y rebobino la cinta. Ahí está Rita otra vez, clamando por delicadeza e insultándome. La única diferencia es que ahora no estará al otro lado de la línea si es que levanto el teléfono. Eso me hace sentir terriblemente solo. Rebobino la cinta otra vez. Ahí está Rita nuevamente. Cada vez estoy más seguro de que efectivamente el tiempo no pasa con ella. Me emborracho. Rebobino la cinta y dejo sus quejas como música de fondo.

- ¡Sabía que trabajabas en algo!

Rita se ve radiante. Quizás no sepa fingir enfado, pero felicidad lo hace estupendamente. También puede ser que sea realmente feliz con algo tan nimio como que yo le hable de mi trabajo. Si es así, creo que la envidio un poco. No, mucho. Por suerte es una envidia entre amigos.

- Es una novela
- ¿Cómo? ¿No es un poemario? Pensaba que solo escribías poesía.

Suspira con algo de desilusión. No sé que es lo que la defrauda tanto. Por una parte ella sabe que no solo escribo poesía, muchas veces se ha ofrecido a mecanografiar mis cuentos. Por otro lado, siendo sincero, lo único que no escribo es poesía. Solo la vomito, y eso no es escribir, es vomitar.

- ¿Y de qué se trata?
- No sé

Otra vez la mirada de desaprobación.

- Es en serio.
- Te encanta hacerte el interesante…

No es verdad. Me agrada Rita, pero cuando estoy con ella todo se repite al pie de la letra. Peleamos. Para combatir la monotonía esta vez pagué yo.

La puerta se abre. Bajo del autobús. La noche parece más oscura de lo normal. La gente camina como si huyera de algo. Caminan agazapados, como si llevaran cosas de valor. No sé porque, pero me siento ridículo. No hay vereda. Piso una posa de agua. Metí la pata hasta el fondo. Un pie está seco, pero el mojado demanda mi atención. Es un pie egoísta, porque a mi me gustaría pensar en mi otra extremidad (para sentirme seco, y no mojado).

Llego a un lugar iluminado por luces de comercio. Es una luz fría. Quiere dar la sensación de limpieza, pero la iluminación es tan blanca, que lo único que hace es resaltar la suciedad del entorno. El barro genera un contraste grotesco con estas luces equidistantes entre lo angelical y médico. Camino por el estacionamiento, y entro en una tabaquería. No quiero comprar cigarros.

-Buenas noches
-¿Qué desea?
-¿Cómo está?
- …Bien ¿Qué desea?

La vendedora piensa que soy un tipo raro. Pago. Camino al paradero mientras me meto un dulce de menta en la boca. Lo inmovilizo con la lengua, fijándolo al paladar… ojala fuera igual de fácil con los pensamientos; cuando el dulce está fijo uno casi no siente su sabor en la boca.

Me confieso: Soy un charlatán. No soy escritor y ni siquiera tengo ideas para escribir.

Basta. Hablemos de mí. Si escribo una novela, el personaje sería yo. Es cierto, parece un poco ególatra. Supongo que no tengo opción. En verdad podría ser una novela policial o de cualquier otro tipo, pero no quiero. Escribiré todo eso después, pero ahora no me place, así que se tratará de mí.

Ya tengo tema: Yo.

El personaje si será escritor. Escritor de verdad. Escribirá una novela también. También se tratará de mí. Ósea, de él. Y él también escribirá ¿Es necesario seguir? Quizás ni siquiera me doy cuenta, pero yo mismo puedo ser un personaje de un escritor, o no escritor, que escribe sobre si mismo. Al menos no soy la versión del personaje en la mente de uno de los escritores-personajes que muere en este preciso instante ¿o sí?... aargh!... Era una broma. Tengo un sentido del humor bastante curioso. Genial, además de ser ególatra, me hicieron con personalidad múltiple.